I Locuras de Europa.

Cataluña ya abandonó su pertenencia a España en 1640 decidiendo su vasallaje a la Francia de Luis XIII y el cardenal-duque de Richelieu por doce años.

Y dejó escrito Don Diego de Saavedra Fajardo en 1643 su librito “Locuras de Europa”. En él y a colación de la separación de Portugal de la Corona (tras ochenta años unidos) y el levantamiento de Cataluña advirtió: “la rebelión en una Provincia suele encender con sus centellas las demás”.

Y añadía el error y desastre que para el Condado catalán sería (y así fue) su vasallaje a la ajena Francia , explicando con fidelidad la realidad de tan fecundo y mimado territorio: “Ninguna Provincia gozaba mayores bienes ni más feliz libertad que la Cataluña; porque ella era señora de sí misma; se gobernaba por sus mismos fueros, estilos y costumbres; vivía en suma paz y quietud, teniendo un Rey poderoso, más para su defensa y para gozar de su protección, de sus mercedes y favores, que para ejercer en ella su soberanía. No la imponía tributos, ni la obligaba a asistencias…En ella no representaba la Majestad de Rey, sino la de Conde; y aun en muchas cosas se podía dudar si era Señor o ciudadano de Barcelona.”

Cabe señalar por tanto, que la fidelidad a la Corona no se basaba en la lealtad histórica interna, ni tan siquiera en el honor de pertenecía al Imperio Universal y cristiano que tan alegremente había llenado las arcas del Condado; se pertenecía por sencillo y literal “interés económico”. Cuan egoísta es la bonanza. Como aquel hijo malcriado que sangra a su familia en pos de su futuro y cuando llega, abandona con la riqueza por sentido a quien le cuidara, alimentara y protegiera. Así demarró hacia Francia (el territorio de los antiguos francos) y admitió el vasallaje y con ello diez años de humillación, deterioro, expolio y esclavización, pues los francos nunca los incorporaron a su nación, a su historia común; sería su nueva despensa, su reserva, su patio trasero. Lloraron pues su egoísta decisión y volvieron a España; callados, en silencio; y fueron recogidos y de nuevo protegidos. Pero esa es ya otra historia…

 

Referencia Bibliográfica:

“España inteligible. Razón histórica de las Españas.” Julián Marías. 1996.

“Locuras de Europa” Diego de Saavedra Fajardo. 1643.

“España invertebrada” José Ortega y Gasset. 1922.

“España como preocupación”. Dolores Franco. 1980.

II Traición en las Cortes.

De cómo algunos de aquellos que con valor y determinación histórica presentaron al Mundo las nuevas ideas liberales decidieron ser infieles a sí mismos en el peor momento.

           

Se ha hablado mucho de lo ocurrido en Cádiz en 1812, pero poco de quienes estuvieron presentes. ¿Quiénes eran aquellos diputados? ¿A quienes representaban? ¿Por qué territorio eran legítimamente autoridad? , y quizá lo más importante, ¿Cuál era la nación española? Y ¿Quiénes sus españoles?

Los franceses habían invadido la península, y de la forma más sencilla posible. Jamás una nación perdió su timón de forma más ridícula y con indolente vista general. Este hecho sembró la semilla de la denominada “discordia” entre las Españas; pues determinó, por primera vez, la disensión en el rumbo que unitariamente había seguido la nación española desde su nacimiento con los Reyes Católicos.

 

Modernidad, liberalismo e ilustración frente al tradicionalismo (tan particular y tan nuestro hasta nuestros días) del régimen feudal que se hundía sin aparente remedio. En ello la Francia impone cambiar de Rey, un futuro Rey; por un Rey Bonaparte ilustrado y hermano del Napoleón Emperador. Ideas nuevas, modernas, críticas, pero adaptadas al nuevo tiempo son las que desde el nuevo mando francés se despliegan. No obstante, manchadas de revolución.

¿Tenía España su particular nueva forma de ver el Mundo? Sí. Gaspar Melchor de Jovellanos es su mejor exponente. Ilustración si, verdadera renovación también, pero sin revoluciones; y manteniendo los principios tradicionales que hicieron tan grande el proyecto universal español. Podría llamarse con carácter retroactivo y licencia respetuosa, como una “tercera vía” en el plano social y político de la época. Visión esta poco respetada en cualquier momento de nuestra historia y defenestrada a principios del XIX por la tan acertada teoría de la “radicalización inducida” explicada por el maestro Julián Marías. Lástima que no hubiera ni conciencia de pasado ni cultura suficiente en el pueblo español para entender el momento y actuar en consecuencia. La explosión de violencia que supuso la Guerra de Independencia, ese “espasmo” sangriento con el que despertó la nación una mañana, sacándola del “marasmo” en el que había permanecido durante décadas, crearía un fantasma en la conciencia colectiva que habría de llegar hasta nuestros días.

           

Pues en ello se hallaba el pueblo español, mas plebe que ciudadanos (como diría Ortega), observando impasible e indolente una parte mayoritaria (aquellos que no identificaban lo que sucedía en su territorio como propio, pues consideraban que “aquello” no modificaría su “condición”, aún mas, pensarían que fuera posible variara su “situación”), otra parte, la sempiterna interesada (y tan reconocida en la actualidad) se unió a la novedad extranjera, clamó por el cambio, se “afrancesó”. Y más que por las nuevas ideas, por la probabilidad de medrar sirviendo a la nueva aristocracia, a la nueva corte, al nuevo Imperio. Sus razones tuvieron, su dignidad perdieron. Y por último quedarían pocos. Los que nunca huyeron de su condición, los que la honraron incluso a su pesar. Bien con la fuerza de su alma, las armas o las ideas. Ejemplos tenemos de actos humanos excepcionales, pero dignos. Comportamientos que tildamos en la actualidad de heroicos, pero normales en aquellos españoles como Luis Daoiz, Jacinto Ruiz, Pedro Velarde y demás menos famosos pero igual de valientes, que así se consideraban y a los que el honor de la Historia les cogió de la mano. Así como Agustín de Arguelles, Antonio Alcalá Galiano, Manuel José Quintana, y los muchos ilustres diputados en Cortes que lucharon con la fuerza de las ideas.

Pero no todos. El mal siempre acecha, medra entre los hombres de buena voluntad. En el ejemplo que significó para el resto del mundo, la redacción de tan moderna Constitución por tales diputados, algunos de ellos vieron sembrado en su conciencia el objetivo propio de utilizarla para su beneficio. De hecho, es probable que de aquella defensa liberal de España surgiera la idea principal de traicionarla. Aquella poderosa nación que procuró cobijo, alimento y protección frente al enemigo, nadaba ahora cansada, humillada y a merced de los franceses o de la incultura. Dilema feroz.

 

En la isla del León, gestando la que hubiera podido ser la nueva España, debatieron ciento cincuenta diputados de tantos lugares como Zamora, Molina, Honduras, Sevilla, Teruel, Cuba, Costa-Rica, serranía de Ronda, Tlaxcala, Galicia, Montevideo, la Habana, Nueva-España, Perú, Buenos Aires, Valladolid, Madrid, Querétaro, capital del reino de la Nueva-Vizcaya, Maracaibo, Chile, Cataluña, Cuenca, Toro, Chiapa, Veracruz, Yucatán, Nicaragua, Burgos, Canarias, Santo Domingo, la Mancha, Guayaquil, Palencia, Panamá, Palma, Peñíscola, León….etc… De todas las partes vinieron que conformaban las Españas, la de aquí y las de allí. Pues en todas partes del orbe se había asentado la nación, bajo provincias, con reinos y virreinatos. Forjada con penuria, con sangre derramada y a la vez mezclada, con ideales clásicos y cristianos y bajo el manto común y universal de la lengua castellana.

 

Y así tan orgullosos en su obra y condición establecieron en su artículo primero que “La nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”. La refrendaron sin orden ni distinción, pues tan español era el venezolano como el de la Habana como el murciano. Una gran obra común, un orgullo, una renovación sin revolución, un nuevo proyecto para España. De nuevo liderando en el vasto océano que significaba el Mundo.

Dos años más tarde se iniciarían las primeras revueltas secesionistas en las provincias y reinos de ultramar.

Con una España peninsular (la de aquí) invadida, ultrajada, desnortada y revolviéndose con espanto al francés, en ese preciso instante de sofoco, de ahogamiento, sin resuello y jadeante recibió como madre la traición de sus mejores hijos. Pues fueron los criollos, los mestizos y descendientes directos de los españoles (aquellos burgueses, burócratas, funcionarios y terratenientes que tanto habían prosperado en las nuevas tierras al amparo de las normas españolas) quienes en busca de su propio interés, y bajo la falacia (ya histórica, por repetida en el tiempo) de la “revolución indigenista” (estos preferían la pertenecía al Imperio, pues les proporcionaba mayor protección y futuro frente al caciquismo provinciano de sus nuevos aristócratas) apuntillaron a una España, abandonándola, cuando más necesitaba de su apoyo.

            El discurrir de la España peninsular fue doloroso, pero digno; el de las nuevas repúblicas con sus procesos independentistas cabría denominarse lamentable.

Pero esa es ya otra historia…

 

 

 

Referencia Bibliográfica:

 

“España inteligible. Razón histórica de las Españas.” Julián Marías. 1996.

“La emancipación de América y su reflejo en la conciencia española”

Melchor Fernández Almagro. 1944.

“Constitución española” de 1812.

“De la situación actual de las Repúblicas sudamericanas”

Ensayo publicado en la Revista Española de Ambos Mundos por José Joaquín de Mora. 1853.

“La Rebelión de las masas”. José Ortega y Gasset. 1929 y 1937 con prólogo y epílogo.

“Un día de cólera” 2007 y “El Asedio”.2010 Arturo Pérez Reverte. 2007.

 

 

 

FOTO: Juramento de los diputados a las Cortes Generales y extraordinarias en 1810.

Iglesia de San Pedro y San Pablo. Isla de León (San Fernando, Cádiz).

Pintado por José Casado del Alisal, 1863. Salón de sesiones del Congreso de los Diputados