El Poder de la Mentira. Marzo 2020.
La evolución de las sociedades a lo largo del tiempo trae consigo el cambio de mentalidades, de referentes morales e incluso de trasgresiones éticas; que bien fueron mantenidas como valores o principios básicos del individuo desde hace milenios. Uno de estos principios es el no mentir. La mentira como antagonista de la verdad. “El Ser es y el no ser no es” como bien manifestaba Parménides en el siglo VI a.C.
Durante siglos se consideró a la verdad como parte de las virtudes del hombre bueno, del ser honesto, de quien con su palabra defendía su honor. Antes morir que pasar por embustero. Todo ello como constructo psicológico ético o moral. También se añade la manifestación como dogma, de la revelación o “verdad” emitida por las religiones, y que sitúa al hombre como ser en aprendizaje hacia lo divino, lo superior; y expuesto a la caída en vicios y defectos alejados del verdadero ser.
“El hombre que no quiere pensar en ciertos problemas eternos, es un embustero y nada más que un embustero. Y así suele ir tanto en los individuos como en los pueblos la superficialidad unida a la insinceridad. Pueblo irreligioso, es decir, pueblo en que los problemas religiosos no interesan a casi nadie —sea cual fuere la solución que se les dé—, es pueblo de embusteros y exhibicionistas, donde lo que importa no es ser, sino parecer ser”(1).
Vemos, por lo tanto, que, en el ser del hombre, la ética y la moral han caminado unidas, defendiendo la “veritas” de lo que se es, frente a la mentira. Así el hombre virtuoso será aquel cuyos hábitos y acciones sean buenas y le encaminen a vivir correctamente. Si la ciudadanía entiende como referente esta fórmula del hombre bueno, las sociedades establecen como límite de lo aceptable la no mentira. Mentir estaría mal y sería por tanto repudiado y condenado aquel que obrare o se manifestare contrario a lo que sabe, se piensa o se siente.
Esta concepción de límite moral se ha mantenido durante milenios, pero cabría ponerla en duda en la actualidad. Acaso ¿Ha triunfado la verdad?, ¿Son aquellos hombres que se distinguen por su coherencia, su altruismo, su bonhomía, referente en la sociedad?, realmente ¿la ciudadanía “busca la verdad de las cosas” o prefiere recibir un relato dirigido, propaganda, una mentira?
Seamos claros, actualmente la mentira tiene una utilidad innegable: influye en la sociedad, apenas tiene consecuencias negativas para quien la profese y genera en numerosos casos beneficios económicos. La normalización del acto de mentir es “tendencia” y el prestigio ya no consiste en mantenerse incólume en la virtud, sino relatar como exitoso la transgresión de lo establecido si con ello se obtiene dinero o poder.
Porque la mentira crece en las sociedades llamadas occidentales al rebufo de la falta de conocimiento sobre su pasado, sus valores y sus principios. Todo aquello que para bien o para mal, hizo que lo que ahora somos, lo sea; no es sino como continuidad histórica, como herencia irrenunciable. Negarlo sistemáticamente es negar la propia existencia, fomentando seres vacíos, ni sabios, ni críticos, pero aptos y permeables al engaño, a vivir en la superficialidad. Dará igual no saber quién fue Rousseau, Averroes, Jovellanos, Engels o Bertrand Russell, no importarán. Pero cuidado de no saber con quien juega un equipo de futbol, con quien sale o “rompe” el personaje de turno o qué relatan los “youtubers” y los “telepredicadores” del momento. Esa será la nueva verdad y con ella el triunfo de la mediocridad.
Personajes históricos y tenidos como referentes han hablado o utilizado la mentira para su beneficio. Por ejemplo, Bill Clinton, presidente progresista de los USA, se vio obligado a dimitir de su cargo, tras confirmar (mantenía prácticas sexuales en su despacho oficial con una mujer (Monica Lewinsky) que desarrollaba una beca), haber mentido sobre ello a la Cámara de Representantes, osea al pueblo. En una sociedad que todavía mantiene una base moral elevada este hecho, real y verdadero acarreó una consecuencia: el rechazo.
Otros casos paradigmáticos en los que es usada son los de Lenin: “No es que los comunistas sean mentirosos, es que la mentira es un arma revolucionaria”, o el caso de la atribuida a Joseph Goebbels: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, que sin duda nos ayuda a entender el poder de la deshonestidad de los hombres o de las propias estructuras de poder, gobiernos o estados como recuerda Chomsky: “Pero cuando no se puede controlar a la gente por la fuerza, uno tiene que controlar lo que la gente piensa, y el medio típico para hacerlo es mediante la propaganda (manufactura del consenso, creación de ilusiones necesarias), marginalizando al público en general o reduciéndolo a alguna forma de apatía”(2).
Es a dia de hoy, que la mentira prevalece. Será la televisión y las pantallas azules quienes “deciden” la verdad y la relatan. Siendo lo que en ella aparece dogma, y referentes sociales sus voceros: políticos, presentadores, futbolistas, “youtubers”, “influencers”, y tele-personajes. Los ciudadanos observan cómo aquellos que siendo elegidos por ellos democráticamente y que debieran mantener erguida la llama de la verdad, la tergiversan, la manipulan, cuando no la retuercen en medias o enteras mentiras siempre que signifiquen a su favor. ¿Cómo no entender entonces que los “sencillos”, los “inocentes”, los ciudadanos, los jóvenes, se planteen replicar este comportamiento?
Y como no, el becerro del dinero siempre detrás, al margen de la verdad. Porque “aunque una mentira necesite de un gobierno para mantenerla y la verdad se sirve sola” (3), quizá convendría ir pensando en decirle a nuestros hijos eso de “la mentira si se vale”. O no.
Citas:
Miguel de Unamuno. “Mi religión y otros ensayos”, (1910). Salamanca.
Noah Chomsky. “La propaganda y la opinión pública”. (2002). Barcelona.
Antonio Escohotado. “Los enemigos del comercio” (2008). Barcelona.